lunes, 17 de agosto de 2009

A propósito de unos tweets que intercambié con @luistenorio, les comento que alguna vez escuché una intrincadísima teoría que establecía una relación directa y proporcional entre los avances de una economía y sus conquistas deportivas, y más concretamente con el fútbol y su selección nacional. Desde luego que alguno de ustedes fácilmente encontrará casos de excepción notables como pueden ser, por ejemplo, los países asíaticos. Digamos que no deja de ser una mera teoría con un grado moderado de acierto.
Yo personalmente he forjado mi propia teoría sobre el fútbol. Yo creo que en algún momento las naciones vivieron una transición por la que trasladaron a los deportes, leáse fútbol, su vocación y tradición guerrera. Lo que antes representaba el honor y dignidad de una batalla, una conquista o una defensa; hoy se vive dentro de una cancha reglamentaria. Visto así, la humanidad ha evolucionado notablemente de una fase de constante beligerancia a otra de competitividad deportiva. Digamos que aunque ahora las guerras son más intensas y destructivas, no deja de ser cierto que nominalmente hay menos guerras que en el pasado.
Es entonces, concediéndome lo anterior, que ahora el honor de las naciones se ubica por decirlo coloquialmente en los 22 "patas" de una escuadra nacional. No se si estén de acuerdo que el orgullo nacional, el patriotismo más exacerbado, se vive más eufóricamente en una victoria del equipo nacional sobre alguna de las potencias futbolísticas. Ya no inflama tanto la sangre ver a nuestra bandera o celebrar el día de la independencia como una buena victoria sobre Brasil o Italia.
Más de uno va a brincar con esta idea. A algunos les ofenderán estos razonamientos, sin duda alguna. Pero no es verdad que el fútbol se ha convertido además en una fuga de presión social, un catalizador de los grandes problemas nacionales. Vean Ustedes el caso Argentina, una gran crisis económica se soliviantó a base de resultados y victorias en los distintos torneos. ¿No es ahí donde la gente deja de comer por asistir al estadio?. Este aparente bienestar que genera un triunfo incide naturalmente en nuestra autoestima nacional de manera muy positiva. Tanto mexicanos como cualquier otro latinoamericano estamos ávidos de éxitos nacionales para crecer nuestro amor propio y a nuestras raíces. Nuestros gritos guerreros se convierten en gritos de esperanza y regocijo cuando cae un gol de los nuestros.
Yo no trato de trivializar algo tan sagrado como los son nuestras patrias, sin embargo no dejo de pesar en los curiosos paralelos que se dan entre penetrar los bastiones enemigos y una colada por izquierda y un remate de cabeza.
En fin, ahí les dejo mi honra para que la hagan pedazos.

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