martes, 18 de agosto de 2009

Cuando el verde es azul

Entré despacio. Miré a los lados y me cercioré que Ella no estuviera: el camarote estaba vacío. Sobre su cama reposaba un sobre en el que lacónicamente escribió "para ti". Yo no hice ningún esfuerzo por alcanzarlo, sabía exactamente lo que decía, palabra por palabra, tal y como si Yo personalmente se lo hubiera dictado. Abajo de una almohada descansaba un trozo de tela verde musgo, era su vieja mascada, la atraje instintivamente y la olí... era Ella, su olor... de pronto, fastidiado, aventé la prenda y me quedé pensando en las opciones que tenía.

Nunca fue fácil. Simplemente hay que ver el día que nos conocimos...

Yo ya había muerto... clínicamente ya me habían declarado muerto. Todos los médicos, enfermeras y demás personal que estaba en el quirófano ya lo habían abandonado, sólo permanecía ahí una obscura internista que había presenciado el desenlace. Esperaba la llegada del personal que me trasladaría al "cuarto frio", para los trámites de rutina.

Me miraba curiosa, como filosofando sobre la vida y la muerte y preguntándose quién y cómo sería el infeliz que ahora reposaba sin vida en la plancha. De pronto... regresé. El aviso electrónico no le dejó duda alguna. Gritó cuanto pudo para que regresaran todos mientras que resolvía presurosa que hacer para asegurar que efectivamente regresaría a la vida.

Yo no tuve túnel ni plática con Dios. No ví luz alguna ni repasé mi vida en Technicolor. Simplemente regresé.

A las dos semanas ya nos habíamos casado. El pronóstico de nuestros amigos fue más bien malo. No concebían como alguien podía fundar una relación en una anécdota tan tétrica. No nos importó, nos aislamos de todo y todos y nos dedicamos a vivir lo que considerábamos era nuestro destino. Así estuvimos cinco años.

(Continuará...)

1 comentario: