lunes, 17 de agosto de 2009

Ya era hora de irme. Afuera de mi oficina ya no se oía el barullo de costumbre y los policías ya habían iniciado la ronda para apagar las luces de mi piso. Ese día Yo esperaba llegar a tiempo para ver cierto partido muy esperado. Así que empecé la retirada, recogí mis cosas y al ponerme el saco se escuchó que tocaban la puerta. Abrí con cierta molestia pues me imaginaba alguna petición de "última hora", me esperaba ver la cara del imbécil de Morales... y me sorprendí al ver una mujer... una mujer como no había visto otra .... "no me diga que ya se iba" dijo con una voz que hacía juego perfecto con lo que estaba viendo. Me quedé ahí en la puerta sin pronunciar palabra "... sólo le robaré unos minutos". Asentí con la cabeza después de un tiempo que pareció larguísimo y torpemente le ofrecí asiento. Una vez que se hubo sentado inició la presentación de la compañía de seguros que representaba. Yo la miraba arrobado, su cara era demasiado atractiva y que decir de su cuerpo. Su tez blanca contrastaba con una larga y negra cabellera. Sus ojos eran enormes y sus pestañas más. Mientras hablaba observaba su boca detenidamente ¿podía existir una boca tan perfecta? Llevaba saco y falda negra. Su escote era generoso y seguía la línea hasta llegar a una cintura pequeña y se abría nuevamente hacia unas caderas y unas piernas interminables. Era sin duda una de las mujeres más hermosas que he visto en mi vida... ¡no! corrijo. ¡era la mujer más hermosa que había visto en mis 35 años!... ¡Esta mujer debe vender seguros por miles! pensé mientras la observaba con excesivo detenimiento. Me hablaba bondades de sus planes de retiro, en eso, se levantó para abrir su maletín. La pude ver de espaldas con total libertad. Ahí me tienen, como un adolescente nervioso y mirón, digno de Voeyeur. No se si me entienden si les digo que no la miraba con deseo sino con una profunda admiración ante la belleza, la conjunción casi perfecta de rasgos y formas. Haberla visto de otra manera hubiera sido inmerecido. Se sentó nuevamente y prosiguió su explicación. Sus manos blancas y discretas se movían con agilidad y acompañaban su charla, no llevaba joyas más un anillo sencillo de oro que por cierto no era argolla matrimonial. Sonreía y su cara era más imponente aún. Yo dije tan pocas palabras, solo emitía ruidos raros, pocos "si" y "no". Traté de adivinar su edad y concluí que debía tener no más de 30. Estaba Yo estudiando sus pantorrillas y tobillos cuando me lanzó: ¿y qué opina entonces... le interesa alguno? Yo la miré con esa sensación que te da cuando pones cara de imbécil, respiré profundo y le dije "no señorita, la verdad es que ya he contratado y por lo pronto no necesito alguno". Ella mordió su labio discretamente y me extendió su tarjeta: Carla ... Agente de Seguros. Le agradecí y sin más ceremonia la acompañé a la puerta. No fui capaz de entretenerla y prolongar su estancia. Jamás por mi cabeza pasó hacerle un lance o intente siquiera ofrecerle un café... ¡ni siquiera comprarle un seguro!. Dio graciosamente la vuelta y se marchó dejando en el ambiente sólo su perfume y el espacio vacío que Ella ocupó.

1 comentario:

  1. ¡Epa! ¡Qué bella mirada a una Mujer! Revela a un verdadero caballero y a un excelente escritor. ¡Me encantó tu relato!

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